Morandi, Experiencia en Familia


Participar en familia de la visita a la Exposición del pintor italiano Morandi ha sido un broche de oro en esta Navidad.

Dos horas dan para mucho. Dicen que podía ser el tiempo de ejecución de la pintura de Morandi, previamente reflexionada y estructurada la composición. Sus obras invitan a la serenidad. Hay mucha unidad y coherencia en lo que nos legó. 

Resonancia infinita en el invierno de Madrid. Dos horas que dan de sí. El café Gijón cercano a la Fundación Mapfre aún tiene las sillas con rocío cuando llegamos. 

Noelia nos recibe. Tiene una voz cercana y amable, nos acoge y se gana a los niños enseguida. Se nota que le gusta lo que hace. Ella es la mediadora de este programa de educación no formal para familias con niños hasta seis años. Su misión es acercarnos las obras de arte, ayudarnos a reflexionar sobre ellas, facilitar que disfrutemos la exposición y podamos hacerla nuestra de alguna manera. 

Entramos. La exposición está a punto de culminar. Somos afortunados de estar ahí y abrazarla con nuestros ojos durante un rato. El Arte no es aburrido, pero hay que ejercitarse con dosis que lo hagan atractivo desde pequeños.

La web de la Fundación Mapfre nos ofrece los bellos textos de sala que estructuran las siete partes de la exposición. 

Me interesa aquí más que hablar de la Obra, hablar de la experiencia cultural en familia que vivimos.

Noelia nos situó bajo algunos cuadros, y sentados en el suelo  charlamos sobre lo que veíamos. Nos hacía muchas preguntas. Mirar despacio requiere tiempo. Ejercitamos la observación. Las respuestas las protagonizaban los niños, que tuvieron que romper el hielo de la timidez para expresar sus ideas en voz alta. Padres e hijos dialogamos con Noelia sobre los elementos de los cuadros.

A través de Morandi viajamos a Italia (Bolonia), aprendimos sobre el género del Bodegón (el término Naturaleza Muerta a mi hija de cinco años no le gustó nada), del Paisaje, de la técnica del artista (construcciones de volúmenes, manchas de color, ejercicios de luz y sombra) y los niños hicieron emparejamientos con lanas de formas y sombras. El juego fue en este ejercicio un vehículo de aprendizaje visual.

Vimos en ilustraciones que nos enseñó Noelia ecos de otros pintores que habían resonado en su obra. Pero sobre todo, observamos los matices de colores, el blanco por encima de los demás. 

Y esa suavidad de tonos, esas repeticiones de botellas alargadas, las flores secas en los jarrones y las casas macizas sin ventanas empezaron a hacer resonancia interior. Algo infinito e intangible se desprende de esa realidad cotidiana que inmortalizó Morandi. Esa abstracción de volúmenes y su capacidad constructiva nos devuelve cien años después de ser pintadas, el equilibrio sobrio del aura que encierran. 

Tiempo juntos en familia. La Fundación Mapfre fue un espacio de difrutar juntos con el Arte y provocar emociones, reflexión, memoria, conversación. Un lugar donde mirar juntos, en la misma dirección. Y construir un puente de comunicación. 
Salimos de la Exposición. Subimos escaleras, nos movemos, cambiamos de edificio y llegamos a otro espacio preparado para el taller.

Noelia nos ofrece los materiales, pasta blanca para moldear. Vamos a trabajar un rato juntos. Con libertad de expresión y por pura diversión ponemos las manos en marcha dispuestas a mancharse de blanco y hacer formas y volúmenes que hablen de Morandi. Otra oportunidad de jugar y hablar en familia. 

Legado infinito. 
Acabamos.
Envolvemos nuestro trabajo y nos despedimos muy agradecidos por esta oportunidad de ocio de calidad en familia.



Más información en: fundacionmapfre.org




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Beatriz Rodríguez-Rabadán Benito




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